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José María Marco

La nueva corrupción

Ahora ha llegado la última novedad, que es la demostración de un intervencionismo gubernamental que en cualquier país democrático se consideraría directamente corrupción. Y sería juzgado como tal, incluso en los tribunales.

El famoso talante de Rodríguez Zapatero sigue revelándose como lo que es. Primero fue la retirada de Irak, que preludió la asociación de España con los estados fallidos y dictatoriales, por no decir directamente terroristas como Irán. Después, el desmantelamiento de la Constitución por medio de la reforma de los estatutos de autonomía, como acaba de aclarar, para quien no se hubiera enterado, el propio Maragall. Y además, el diálogo con los terroristas que ha convertido a ese grupo de asesinos en los protagonistas de la vida pública española.

Ahora ha llegado la última novedad, que es la demostración –ver la declaración de Manuel Conthe en las Cortes– de un intervencionismo gubernamental que en cualquier país democrático se consideraría directamente corrupción. Y sería juzgado como tal, incluso en los tribunales. Si acaso alguien tiene reparos en utilizar el término, no estaría de más que explicara cómo define el papel de la Oficina Económica de la Moncloa en la OPA sobre Endesa, la relaciones del grupo de Intermoney con el Gobierno y las instituciones supuestamente independientes del poder político, así como las deudas aplazadas con Hacienda del mismo grupo.

¿Estaremos volviendo a los buenos tiempos del felipismo, cuando los socialistas bien conectados se hacían millonarios de la noche a la mañana con el dinero de todos? Sí, y no. Sí, porque el mecanismo es, evidentemente, el mismo, y a una escala, por lo que se va viendo, parecida. No, porque ahora la corrupción económica va de la mano de un proyecto político distinto al del felipismo. La corrupción entonces entraba en la lógica del socialismo. Ahora se articula, desde el corazón mismo del Gobierno, con un proyecto político nuevo que pone el énfasis en lo simbólico, en lo cultural y en lo moral: la diversidad, el multiculturalismo, el victimismo –incluido el revanchismo guerracivilista–, el diálogo de civilizaciones, el laicismo militante.

De ahí que la corrupción, ahora, vaya acompañada de un proyecto sistemático de debilitamiento de las instituciones, puestas al servicio de quienes confunden el poder político con la capacidad para imponer su propia visión de la sociedad. La corrupción de tiempos del felipismo, es decir, la derivada de la socialdemocracia con las alegrías presupuestarias correspondientes, era moralmente inaceptable. Esta que brota naturalmente del nuevo socialismo de Rodríguez Zapatero es también más peligrosa. A poco que se la deje, acabará con cualquier resistencia de la sociedad, con cualquier asomo de libertad, con la democracia en resumidas cuentas. Y todo en nombre del talante.

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